miércoles, 9 de agosto de 2017

Un Mal Día Dante Gebel

Su esposa se lo había dicho antes de salir de casa. Ese no iba a ser un buen día. Era un extraño presentimiento que le rondaba por la cabeza desde hacía semanas.

Su esposa se lo había dicho antes de salir de casa. Ese no iba a ser un buen día. Era un extraño presentimiento que le rondaba por la cabeza desde hacía semanas. Su esposo convivía con el peligro y la muerte era moneda corriente en la disipada vida de su amado, cualquier día, podía ser el último que lo viera con vida. Pero esta vez era distinto.
Ella sentía un helado presagio, una nefasta premonición. Y ahora, había escuchado lo que no hubiese preferido oír nunca: su esposo había sido detenido. "No debiste haberte casado con el, nunca fue un buen hombre", pronosticó su madre, y hoy, pagaba la factura por una mala elección y por desoír el consejo materno. Pero que fuera un delincuente, no disminuía el amor que sentía por el.

Hubiese preferido un abogado, un ingeniero o un albañil, pero no tuvo esa fortuna. Su esposo era un ladrón y lo acababan de apresar.
"Cuando te sientas que tu día está arruinado, o lo que es peor, que tu vida se ha transformado en miserable, recuerda que siempre se puede pasar por la cruz. La gracia, transforma a ladrones en reyes, y a las cruces en paraísos"
No la asustaba que estuviese preso, ya había pasado por esa situación antes. Lo dramático era que esta vez no habría misericordia del juez, y la sentencia era inapelable. "Una ejemplar muerte de cruz", pidió el fiscal a un tribunal con sed de justicia. Es que ese no iba a ser un buen día, pensó la mujer una y otra vez. No debió haberse levantado de la cama.

Era una tarde gris, helada, con una llovizna que cortaba la cara. "Tal vez lo perdieron las malas compañías" reflexionó mientras recorría la calle principal, "su socio en las andadas también será crucificado con el", le susurró una vecina a modo de desgraciado consuelo.

De igual modo, ya no importa buscar culpables, lo cierto es que su esposo iba a terminar como ella lo había soñado en tantas pesadillas: en la peor de las muertes, las más vergonzante, las más cruel, las más atroz. La dama no pudo despedirse de su amado, es que los ladrones no cuentan con ese lujo, no hay piedad, humanidad, o últimos deseos para los condenados al madero.
El horizonte recorta tres cruces, la de su esposo, la de su compañero en las correrías y la de un....desconocido. Ella conoce a su marido y al otro ladrón, pero le resta importancia al tercero, "otro infeliz que condenará a otra viuda al olvido y la desgracia", piensa. El cuadro es estremecedor. No la culpen a ella por no llorar, ya gastó todas sus lágrimas en una vida miserable junto a quien le prometió amor eterno y ahora cuelga de una cruz. Gritos, súplicas, latigazos, sangre, ira. No quiere mirar a su esposo, está allí, pero prefiere no recordarlo así. Sólo observa el suelo, mientras la sangre surca la tierra entre los dedos de sus pies.
Uno de los ladrones insulta al desconocido de la cruz del medio. Y una voz conocida, imperceptible, pronuncia algunas débiles palabras. "Acuérdate de mi, cuando vengas en tu reino". Era la inconfundible voz de su esposo, sin duda, hablándole al desconocido de la cruz central. "Hoy estarás conmigo en el paraíso", promete el otro, como si en su condición pudiese prometer algo.
La mujer levanta la vista por primera vez. Tal vez para mirar a los ojos de su esposo una vez más....o tal vez para entender el diálogo tan extraño que acaba de oír. El socio de su esposo acaba de morir en un seco grito. El desconocido del medio pareciera un inocente que paga por algo que jamás cometió, y su esposo, su esposo....sonríe. No tendría porqué sonreír, no hay razones.

Hizo de su vida un mundo miserable, y pende de una cruz frente a miles de ciudadanos enojados. Pero el ladrón se encuentra con la mirada de su esposa, y le hace una sonrisa. Un último gesto de que todo estará bien, a pesar de todo. El gesto de los que se encontraron con la gracia en el momento menos pensado. Ella tampoco sabe porqué, pero presiente que su esposo finalmente encontró algo distinto. No entendió bien el diálogo de los condenados, pero supo que algo había cambiado, allí, a escasos metros de ella, en lo alto de la cruz.

Su esposo cuelga de un madero, pero inexplicablemente, irracionalmente, sonríe. Ella le devuelve el gesto en el lenguaje del silencio, ese que sólo pueden interpretar los que se han amado lo suficiente como para no tener que hablar. Su esposo se había encontrado con la gracia en el minuto final. Segundos antes de la cita con el verdugo inevitable, la muerte.

Ella sabe que no puede implorar justicia y mucho menos misericordia. Ella sabe que su esposo paga por crímenes verdaderos. Ella sabe que ese era el final del camino, la terminal de la vida, tarde o temprano. Pero ahora, la última sonrisa de su esposo le devuelve la calma. La sonrisa que se dibuja entre la sangre y los moretones, extrañamente, la compensa por toda su vida miserable.
Su esposo parece no pender de una cruz. Muere como si lo hiciese de viejo, en una cama caliente, rodeado de sus seres amados, luego de haber vivido una buena vida. Su esposo no mereció nietos, ni años altos, ni una cristiana sepultura. Pero alguien, tan condenado como él, le prometió el paraíso en lo alto de la cruz.

Ese, no iba a ser un buen día. Y mucho menos, existía la más remota posibilidad que terminara bien. Su esposo ha dejado de respirar, pero nadie se explica porqué sonríe. La dama descubrió el secreto: si para encontrarse con el paraíso había que venir a la cruz, valió la pena el haberse levantado.
Cuando te sientas que tu día está arruinado, o lo que es peor, que tu vida se ha transformado en miserable, recuerda que siempre se puede pasar por la cruz. La gracia, transforma a ladrones en reyes, y a las cruces en paraísos.
Ojalá que este articulo pueda lograr, que después de todo, este no sea un mal día

COSIGNAS DE HONOR DANTE GEBEL

Reemplazan militar y políticamente a la decadente presencia del imperio colonial francés en Vietnam.

Entre ellos hay padres de familia con sueños propios, con metas a largo plazo. También están los más jóvenes. Algunos con novias, a punto de casarse. Otros con grandes proyectos de estudios. Y los que no tienen a nadie, excepto este grupo de camaradas que van a la guerra.

Quizá, algún día soñaron con formar parte de este ejército, a lo mejor, porque no pertenecían a ningún otro lugar. Pero se les nota, muy en el fondo de la mirada, que aún son demasiado niños, aunque vistan un impecable uniforme militar.

Como sea, todos tienen muchas cosas en común. Sueños de libertad. Deseo de pertenecer. Sed de una buena batalla, aunque suene desconocida y esté demasiado cerca. No son guerreros de alma, son apenas una rara mezcla de hombres jóvenes, que no conocían la guerra, y unos pocos mayores con cicatrices y galardones de combate.

Pero en definitiva, son hombres.Y aguardan, formados en el imponente hangar aéreo, alguna motivación
que les de un empujón hacia la batalla.
En realidad es un duelo personal y sangriento entre estrategas del arte de la guerra.

Ahora el teniente coronel Hal Moore tiene que dar un discurso a sus soldados y sus familias en la víspera de su entrada en combate.

Entre ellos, escuchando a su marido, se encuentra la mujer de Moore, Julie, quien lo había visto levantado hasta altas horas estudiando libros de historia sobre masacres diversas, planeando una estrategia más segura para sus hombres, el Primer Batallón del Séptimo de Caballería, el mismo regimiento que comandó el general George Armstrong Custer.

El siguiente domingo, el teniente coronel Hal Moore y sus jóvenes soldados tomarán tierra en la Zona de Aterrizaje X-Ray, en el valle Ia Drang, una región de Vietnam conocida como el Valle de la Muerte.

Por eso el Coronel sabe que no será una tarea sencilla.

Moore observa a su tropa detenidamente. Y luego, lanza el desafío, y las únicas dos promesas que les podrá hacer.

-Esta no será una batalla fácil, acaso ninguna lo sea.
Pero sólo puedo prometerle dos cosas. La primera: Seré el primero en avanzar y el último en retirarme del campo de batalla. Y la segundo, les doy mi palabra de honor, que todos, vivos o muertos, regresarán a casa.

Otra historia similar. Israel, unos 1.010 años antes de Cristo.Otro pelotón, otra tropa, pero con el mismo común denominador. Sed de nuevas batallas. Otra vez, el recurrente cuadro. Jovencitos, padres de familia, una decena de hombres de combate, cientos de novatos.

Y otro Teniente Coronel.

Este hombre tiene mil batallas y estrategias de guerra en su haber.
Debe capturar Jerusalén de los Jebuseos y hacerla su capital.

El sabe que su fuerte liderazgo atrae a los jóvenes valientes y les inspira lealtad intensa, lo cual no es poco para comenzar. Pero hay una sustancial diferencia con la historia americana. Esta vez, los soldados no esperan un discurso. Ellos son quienes van a hablar.

Un delegado, se cuadra delante del batallón, toma la palabra y levanta su voz, para que se escuche en todo el inmenso y desértico Hebrón.-Aquí estamos, somos tu ejército. Carne de tu carne y hueso de tus huesos. Tus victorias son las nuestras y también tus derrotas. Aún cuando teníamos otro Jefe de las fuerzas armadas, eras tú quien nos sacabas a la guerra y nos volvías a traer. Como sea, siempre nos has traído de
regreso a casa.

Las dos crónicas pertenecen a historias reales. La primera fue llevada a la pantalla grande de la mano del laureado director Randall Wallace e interpretada por Mel Gibson, en la famosa "We were soldiers" (Fuimos
soldados).
La segunda está descrita en el capítulo 5 del segundo libro de Samuel, en el momento exacto que David es proclamado Rey de Israel, y en las horas previas a la toma de la fortaleza de Sión.

En ambas historias, aparecen los mismos muchachos que en cuestión de horas, sentirán el fragor de la batalla. Y coincidentemente, tendrán las mismas consignas. La lealtad de un ejército no se consigue peleando como una suerte de reconcentrado estratega que no se mueve de su bunker subterráneo y que como un lúcido e inescrupuloso jugador de ajedrez experimenta con sus hombres el poder real su enemigo. La lealtad, caballeros, se logra "siendo el primero en avanzar y el último en retirarse del campo de batalla".

Como lo prometiera el Coronel Moore. O como lo hiciera, tantas veces, el mismo David. Inclusive, a éste último, más de una vez sus generales tuvieron que advertirle que no se expusiera demasiado. "Si te matan, David, apagarás la lámpara de Israel; déjanos pelear a nosotros".

Es que no se comanda a una tropa desde el inerte escritorio de una oficina, o dibujando cronogramas en un pizarrón.

Por otra parte, es determinante, traer a la tropa de regreso a casa. La historia ha atestiguado de aquellos estadistas desalmados que han empujado a una nación a la guerra, con consecuencias trágicas. No traerlos de regreso, significa enviarlos a un suicidio en masa. Sin estrategia, sin coartadas, con armas arcaicas, sin un plan alternativo.

Quizá por eso, me fascinan ambas historias. Por sus consignas. Porque un ejército cuyo Comandante no los abandonará y los traerá de vuelta, es un batallón que traerá victorias a la bandera. Inclusive, más allá de los resultados. Porque las verdaderas batallas, no se miden por las tierras conquistadas, o las bajas enemigas. Sino por el valor de sus hombres.

Y tal vez por esa misma razón, escribo esta nota.

A través de estos años, la vida me ha topado con muchos líderes juveniles. Gente con sueños de multitudes, sedientos de victorias, con hambre de pelear contra una religión organizada que tanto daño le ha hecho a la creatividad Divina. Todos, sin excepción, con intenciones loables.

Pero he visto a muy pocos, con el código de honor del Coronel Moore o el Rey David. Y es gratificante saber que algunos, aunque muy pocos, cuentan con ese código militar divino.

Cada vez que el Señor me permite alistar a una nueva generación para la batalla, observo los mismos rostros de siempre. Muchachos a los que la vida no les ofreció la gran oportunidad de servir en una causa noble.

Algunos con pocas o casi ninguna batalla significativa en su haber.

Padres de familia, estudiantes, indoctos y profesionales. La mayoría, son apenas aquel grupo de "menesterosos, endeudados y marginados" que alguna vez encontraron en David a alguien que les devolviera su dignidad y los comprometiera con una causa.

Los soldados han esperado durante varias generaciones en respetuoso silencio. Obsérvalos con detenimiento. No parecen entrenados, no suenan
confiables. Pero tienen lealtad, lo cual no es poco para causar una revolución militar.

Los jóvenes sólo esperan a Coroneles que no los envíen a la guerra con un simple plano de donde deben desembarcar. Están hartos de aquellos
líderes que les dicen cómo pelear las mil batallas de la vida, desde el mullido sillón de una oficina. No los alentará oír otro sermón de cómo ganar. No los atraerá que sólo se les enseñe a pelear y plantar bandera.

Ellos necesitan un nuevo discurso. Alguien que les ofrezca el mismo código de honor de rey David o el Coronel Moore.

- Seremos los primeros en avanzar y los últimos en retirarnos del campo de batalla. Y todos, regresarán a casa.

Son pocos los que tienen el deseo vivo de salir a ganar a una generación junto a ellos. Reconozco esa llama sagrada. No abundan aquellos que no se han contaminado con el sistema apático y religioso, ni están detrás de un reconocimiento humano.

Son contados, aquellos que nos animamos a correr el riesgo de colocar el primer pié en territorio enemigo, con todo el precio de la crítica que eso conlleva. Orillando en la delgada línea de ser pionero y casi un mártir, por atreverse a caminar una milla extra.

Y también son muy pocos, aquellos que desean formar al ejército, brindarle el mayor arsenal posible, para que no queden tendidos en la arena de la batalla, sino que puedan estar de regreso. Para otras nuevas batallas.

Sin subestimar a nadie, recuerdo un viejo proverbio árabe que rezaba: "Un ejército de ovejas comandado por un león derrotaría a un ejército de leones comandado por una oveja". Y se que en el Reino, hay muchos de esos potenciales leones, que puede transformar a un grupo de proscriptos a los que la vida dejó fuera de las grandes ligas, en valientes estrategas de guerra.

Me gusta cuando el ejército es quien decide los honores. Me fascina y llena mi corazón cuando el reconocimiento nace fuera del oficialismo religioso, y luego, a las grandes comisiones, solo les restará reconocer lo que el pueblo ya ha otorgado por mérito.

Debo confesar que soy adepto a que sea la prensa, los inconversos, o los mismos jóvenes quienes un día, en un contemporáneo monte de Hebrón, reconozcan a quienes los conducen a la guerra.

Es que los diplomas nunca enviaron a nadie a la batalla, necesariamente.

Esto recién comienza, pero hay un grupo de hombres, allá afuera, que reconoce a estos líderes jóvenes como aquellos que los han comprometido con una causa noble y por la que vale la pena pelear.

Y ahora, echa un último vistazo a la tropa. Como dije, algunos parecen niños. La mayoría son novatos, y muy pocos tienen experiencia de guerra. Pero poseen un denominador común. Un adjetivo que los hace, en algún punto, exactamente iguales.Tienen una consigna de honor.

TOMANDO DESICIONES DANTE GEBEL

Ella deja sus distracciones atrás, e ingresa al Instituto Bíblico con el propósito de prepararse para misionar en algún remoto lugar del mundo. Un adolescente toma la decisión de ser el mejor en el fútbol, y a partir de ahora, trabajará muy duro para lograrlo.

Los dos esposos finalmente concuerdan en que ella no debe abortar, y tendrán a ese hijo. Todos tienen un denominador común: decisiones fundamentales que ahora parecen sencillas, pero afectarán su propio futuro e inconscientemente, el de los demás.

El primero dejará de ser un soltero sin preocuparse por cuál jean usará el sábado, para transformarse en el eje de una familia. Otro salvará cientos de vidas en un hospital, desde una sala de emergencias. La chica que una vez decidió prepararse en el Instituto, ahora predica en un rincón de Nueva Guinea.

El otro es un reconocido futbolista y acaba de firmar un contrato millonario para jugar en Italia. La pareja que una vez decidió no abortar, hoy escucha a su hijo dar su discurso presidencial desde la Casa Blanca. Decisiones que causan un golpe cósmico en algún lugar. Decisiones que afectarán generacionalmente a otros.

Pequeñas decisiones que pasarán desapercibidas para cualquier escritor de grandes acontecimientos, pero que con el correr del tiempo, se transformarán en historia grande.

Yo tengo una historia, que habla de esas "sencillas" decisiones. Era una fría mañana de mayo, y el hombre pasaba el cumpleaños más triste de toda su existencia. Cumplía sus primeras cinco décadas de vida y el saldo no era favorable. Su esposa había enfermado hacía unos cuantos años. No importaba cuántos, habían sido eternos.

El hombre, de oficio carpintero, había visto cómo gradualmente el cáncer se llevaba lentamente a la compañera de casi toda una vida. Era una enfermedad humillante. ¿Cuándo fue la última vez que éste hombre de manos rústicas había dormido toda la noche? Casi no lo recordaba. Todo se había transformado en gris desde que el maldito cáncer llegó a casa. Su esposa no tenía el menor parecido con la foto del viejo retrato matrimonial que colgaba sobre la cama. Ahora solo era un rostro cadavérico, níveo, sin color y por debajo del peso normal de cualquier ser humano.

"-Usted es una señora adulta- había dicho el médico-, váyase a casa, y... espere.".
El hombre, temperamental y de manos rudas, sabía lo que había de esperar. Lo inevitable. Aquello que le arrebataría su esposa y la madre sus cuatro hijos. Sin piedad, sin otorgarle unos años más de gracia. El putrefacto aliento de la muerte parecía llenar la atmósfera con el pasar de los días.

La bebida era como una anestesia para el viejo carpintero. Por lo menos, por unas horas no estaba obligado a pensar. Por el tiempo que durara la borrachera, tendría un entretiempo en medio de una vida que no le daba tregua. Había cualquier tipo de alcohol diseminado por toda la casa; en el armario, la heladera, el garaje, el galpón, y hasta una botella en el aserrín de un viejo y enmohecido barril. Este era su cumpleaños. El hombre festejaba un año más de vida y un año menos junto a su esposa.

El gemido de su esposa lo despertó del letargo."-Recuerda- dijo suavemente la mujer- que hoy estamos invitados a ir a esa iglesia..."
El hombre hizo un gesto de disgusto. El había sido luterano desde su niñez y hacía años que no pisaba una iglesia. Apenas recordaba algunas canciones religiosas en idioma alemán que se entonaban en su Entre Ríos natal. Pero el pedido de su mujer no era una opción, era un ruego desesperado.

Tal vez el último deseo de quien lucha cuerpo a cuerpo con el tumor que se empecinó en invadirlo todo. Un último intento por acercarse a Dios antes de partir para siempre. El carpintero de las manos rudas y aliento a bebida blanca, asintió con la cabeza. Irán a esa iglesia que su hijo mayor les había hablado. Estaba un poco lejos, pero cuando el cáncer se instala en un hogar, a nadie le importa el tiempo. Ya nadie duerme en la casa del carpintero.

Esa noche, la del cumpleaños, el matrimonio llegó con sus dos hijos menores a la remota iglesia evangélica de algún barrio de Del Viso, Buenos Aires. El se apoyó en la pared del fondo y oyó el sermón.
"-Linda manera de festejar el cumpleaños" - habrá pensado.
Pero continuó allí con profundo respeto, viendo como su esposa lloraba frente al altar.

El casi no oyó el mensaje, pero presintió que debía acompañar a su mujer, y lentamente, el hombre que escondía botellas de alcohol en el aserrín, pasó al frente. Los dos tomaron una decisión. Aceptaron a Cristo como su suficiente Salvador. Una sencilla decisión que no pareció demasiado histórica, y estoy seguro que muy pocos, esa noche, se percataron del carpintero y su enferma esposa. Pero a ellos le cambió la vida para siempre.

Ella observó cómo el cáncer retrocedía lentamente hasta transformarse milagrosamente en un mal recuerdo. El hombre se deshizo de todas las botellas de alcohol y jamás volvió a tomar. Lo que comenzó como un mal día, terminó con una decisión que afecta el futuro para siempre.

A propósito, la historia es real y ocurrió un primero de mayo de 1975. El carpintero de las manos rudas jamás se hubiese imaginado que debido a su buena decisión, no sólo se sanaría su esposa, sino también, algún día afectaría a sus hijos. Su hijo menor, que por aquel tiempo tenía siete añitos, hoy le predica a cientos de jóvenes y entre otras cosas, escribe esta nota.

Eso es a lo que yo llamo una decisión generacional. Miles son afectados por un sencillo paso al frente. Cuando decidas a qué te vas a dedicar, con quién te vas a casar, o sencillamente pases al frente de algún altar a tomar un nuevo compromiso con el Señor, recuerda que estás escribiendo la historia. La tuya y la de los demás.

Hace poco les dije a mis padres que estaba profundamente agradecido por aquel gris primero de mayo en el que tomaron la decisión más radical de sus vidas. Les dije que cada joven que llegaba a oír mis mensajes, también le estaban agradecidos.

Y les dije, además, que siento una tremenda responsabilidad, cuando tomo una de esas "sencillas" decisiones como por ejemplo, el escribir esta nota. Porque nunca sé a quiénes y a cuántos estoy afectando. Aunque de algo estoy completamente seguro: a cada minuto de nuestras vidas, esc
ribimos la historia.

LOS TRES VALLES DANTE GEBEL

Desde que asumí como pastor en la Catedral de Cristal, actualmente FavordayChurch, Dios nos ha dado el favor de estar al aire en toda la ciudad de Los Ángeles a través de la popular cadena Telemundo, cada sábado por la mañana.

Nuestros editores trabajan muy duro para llevar cada uno de mis mensajes (que en ocasiones suelen durar hasta casi una hora) a solo veintiséis minutos de duración para poder emitirlos en televisión. Lo curioso fue que cuando editamos este mensaje, solo pudimos poner al aire dos de los tres valles.

Los televidentes se dieron cuenta de este importante detalle, puesto que al principio del sermón yo mencioné que hablaría de tres valles y de hecho así se llamaba el mensaje, pero por razones de tiempo y de edición, solo pude hablar de dos a través de la pantalla de Telemundo. Ese mismo día y durante las semanas siguientes colapsaron las líneas telefónicas de nuestras oficinas y nuestro servidor de Internet.

Cientos de televidentes reclamaban que querían saber de qué se trataba el tercer valle y algunos, muy molestos, decían que era injusto que los dejáramos con la intriga y con un mensaje que estaba inconcluso. Como nuestro cronograma ya estaba armado con anticipación, no pudimos reparar el error de no haber editado una segunda parte del mensaje, por lo que solo pudimos ofrecer nuestras sinceras disculpas. En resumen, este mensaje fue predicado en la Catedral de Cristal durante el mes de octubre del 2010, pero solo nuestra congregación que ese día estuvo presente, pudo disfrutarlo sin cortes.

Las situaciones de crisis suelen sorprendernos porque llegan sin previo aviso y nos despedazan el plan. Tienes la vida más o menos programada y una enfermedad, un diagnóstico, un problema financiero, te desenfoca por completo.
En muchas oportunidades se relaciona a la crisis con un valle que debemos atravesar hasta llegar a la otra orilla, señal de haber sobrevivido a la situación.

He tenido que cruzar estos valles muchas más veces de las deseadas por mí. Es por ello que puedo contártelo refiriéndome con autoridad al respecto, porque de allí vengo, de atravesar desiertos.

A lo largo de este mensaje los guiaré por tres valles, a cada uno de ellos los conozco muy bien y quiero que puedas identificarlos y descubrir que cada crisis tiene un propósito. Eso te ayudará a transitar más rápido el camino.

El secreto es saber diferenciarlos y no confundirlos.

Al primero, «el valle de las lágrimas» irás solo, la vida te lleva hasta allí, y debes cruzarlo. Al segundo, «el valle de la muerte», Dios mismo será quien te lleve. El tercero y último, «el valle a causa de la unción», vendrá a causa de tu llamado, de tu ministerio.

El valle de las lágrimas

Denominé a este primero «el valle de las lágrimas» porque es el tránsito a través del dolor.

La palabra dice: «Dichoso el que habita en tu templo, pues siempre te está alabando. Dichoso el que tiene en ti su fortaleza, que sólo piensa en recorrer tus sendas. Cuando pasa por el valle de las Lágrimas lo convierte en región de manantiales; también las lluvias tempranas cubren de bendiciones el valle» (Salmos 84.4–6).

Muchos hemos tenido que cruzar este primer valle. Surge en el camino de personas que luego de un accidente de tránsito se encuentran sumidas en la tristeza y han tenido que cambiar las prioridades en su vida. Personas que han perdido hijos y familias enteras. Así, de pronto, de la noche a la mañana, uno encuentra un episodio como este donde el Señor dice: «Feliz aquel que puede atravesar un valle de lágrimas, y del dolor, cuando surgen tantas preguntas y hay tan pocas respuestas, puede transformar esa tristeza en bendición, y aun así aprender algo».

He conocido hombres de Dios que oran por sanidad y ellos mismos han tenido que cruzar el umbral de la muerte por causa de la enfermedad. Entonces surge la pregunta: «¿Me protege Dios?». Sí, Dios te protege, pero valora la vida eterna, independientemente de que en su soberanía toma decisiones que nosotros no podemos o nos cuesta comprender.

Si creyéramos que Dios sana siempre y que siempre hace milagros, nunca habría que oficiar funerales. No tendríamos que dar el pésame ni palabras de consuelo a una persona que perdió un ser querido. Eso no significa necesariamente que a esa persona le faltó fe ni que llegó una maldición a la familia. El Señor nos dice que tendremos que atravesar valles de lágrimas y transformarlos en manantiales de bendición.

Mis papás son ancianitos y sé que al fin los tendré que despedir. Dios no me ha prometido que ellos se van a quedar por la eternidad ni que serán inmortales. Lo lógico es que cuando les toque partir, yo los tenga que llorar.

Hay una mujer en nuestra congregación que perdió a su hermana en Argentina como resultado de una enfermedad que la arrebató de un mes al otro. Ella se pregunta: «¿Por qué ocurre algo así cuando creemos en un Dios de poder?». Mi pregunta es distinta: «¿Cuántos han experimentado milagros físicos, no solo en su propio cuerpo, sino en la vida de seres queridos a causa de la oración?». Seguramente a ti te ha sucedido. Esto nos da la pauta por la que creemos en los milagros.

En ocasiones hay valles de lágrimas que atravesar, no solo por una enfermedad, sino por un hijo que no es tan inteligente como quisieras y padece algún síndrome. Las mamás lloran cuando se dan cuenta de que su hijo no es feliz con la mujer que se casó. Lloramos cuando afrontamos un divorcio. Hay lágrimas. Hay dolor.

Atravesar el valle es lógico, uno tiene que pasar por el desierto. El tema es que hay personas que se quedan a vivir allí, en el valle de lágrimas, y en lugar de aprender algo y transformar esas lágrimas en risa, creen que es una maldición y que no sirvió para nada. Todos hemos pasado por las lágrimas. Todos tenemos una historia triste que contar. Un momento en la vida que no fue el más feliz. Pero Dios no es solo el Dios de las montañas, sino también el de los valles. El Dios de los momentos más tristes.

En cierta ocasión, alguien le dijo a un rey de Israel: «Dios está contigo porque estás en los montes. Pero si bajas al sitio más bajo, Dios te abandonará». Pero Dios declaró: «Yo también te daré la victoria en los valles».

Amigo, aunque estés transitando un tiempo de lágrimas, anhelo que puedas encontrar el propósito por el cual estás pasando ese momento. ¿Recuerdas a Sara, que no podía dar a luz hijos? Cuando Dios le dijo a Abraham: «Tu esposa va a quedar embarazada», ella se rio. Y Dios dijo: «Sara tendrá un hijo que se llamará “risa”». En el original hebreo, cuando se pronuncia el nombre de Isaac, no significa literalmente «risa» sino que es la onomatopeya de esa palabra. Por ejemplo, Dios le dijo: «Tu hijo se va a llamar: Ja, ja, ja, ja». Y cada vez que lo llamaba, decía: «Ja, ja, ja, ja, ven a comer. Ja, ja, ja, ja, ve a estudiar». Cada vez que Sara lo nombraba estaba obligada a reírse.

En el momento que estamos atravesando el valle de las lágrimas, no podemos ver qué se trae Dios entre manos. Nunca los que escriben la historia saben que lo están haciendo. Ninguno de los grandes próceres de la historia sabía que estaba escribiendo una página importante del libro de historia.

Cuando Abraham se dispuso a sacrificar a su hijo; cuando Noé subió de dos en dos los animales en el arca; cuando cada uno de ellos pasó situaciones difíciles, se habrán preguntado: «¿Y ahora qué?». No se imaginaban que Dios tenía una vista panorámica de sus vidas y que estaban escribiendo la historia.

Pero las preguntas también surgen en nuestro interior: «¿Y ahora qué? Después de esto, ¿cómo me repongo?, ¿cómo me levanto?, ¿cómo vivo? No creo que pueda recuperarme después de lo que me acaba de ocurrir».

¿Recuerdas los dibujos de libros infantiles en los que se deben unir los números con líneas y al final se visualiza una imagen terminada? La vida tiene un montón de líneas de puntos que unir. Pero es probable que cuando estés llorando frente a un ataúd y quieras trazar una línea de puntos hacia el futuro, no sepas hacia dónde dibujarla. Porque en ese momento del valle de lágrimas es difícil unir los puntos hacia adelante.

Años después, cuando estés viviendo una victoria, trazarás la línea de puntos hacia atrás y te llevará hacia ese sitio de dolor, hacia aquel momento en que pensabas que no habías aprendido nada, pero luego entenderás que sirvió para algo.

Hace muchos años, en la compañía donde trabajaba, me acusaron de ladrón. Me tuvieron detenido injustamente toda una noche. No había robado nada, nunca lo hubiera hecho. Sin embargo, el dueño me dijo: «Tú me robaste», y me privó de mi libertad. Esa noche fue muy fría, no sé si fue adrede o si nadie se dio cuenta, pero encendieron el aire acondicionado de la sala donde estaba encerrado. ¡Estaba muerto de frío! No sabía con qué taparme. A todo eso, mi esposa no sabía dónde estaba, pensaba que había desaparecido. Toda una noche estuve encerrado orando y llorando.

En ese momento, primero me enojé con Dios. Después dije: «Al fin y al cabo, si las cosas sirven para algo, seguro que esta no me va a servir para nada». La Biblia dice: «sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito» (Romanos 8.28). Estaba tan enojado y con tanto frío, que pensé que esa experiencia no me iba a ayudar en lo absoluto.
Al día siguiente, después de semejante tortura, firmé mi renuncia, quería irme a casa y buscar un poco de calor. Fue mi momento más doloroso. Mi esposa me esperaba en el balcón del departamento en el cual vivíamos, estábamos recién casados. Llovía. Bajé del autobús, tenía la barba de dos días por no afeitarme y caminaba inclinado. Ella me vio y comenzó a llorar.

En su libro El sueño de toda mujer, Liliana recuerda ese incidente como el momento cuando Dios quebró mi orgullo y supo que mi «yo» estaba muerto para siempre. Este suceso ocurrió en abril del año 91. Cuando me abracé a ella llorando en las escaleras, le dije: «Liliana, sabes que yo nunca robé nada». Y ella respondió: «Lo sé. Lo sé». Y juntos lloramos en silencio.

Ese día Dios me quebró. Reconozco que hacía un tiempo me venía llamando a servirle y yo hacía oídos sordos, probablemente se valió de una situación de lágrimas, dolorosa (en la que todos los cristianos que me conocían decían: «Dante Gebel robó») para trabajar en mí.

Entonces fui a ver al que era mi pastor y le dije: «Esto fue lo que me ocurrió». Me dijo: «Es muy raro lo que cuentas». Sentí que si mi propio pastor no me creía, no me quedaba en quien confiar. Entonces Liliana dijo: «Mejor oremos y busquemos el rostro de Dios». Noche tras noche clamábamos a él. Nuestra situación era realmente complicada, no teníamos ni siquiera para comer.

No recuerdo un valle de lágrimas peor que ese en nuestra vida matrimonial.

Pocos meses después, en junio del año 91, una noche, a la una de la madrugada, mientras estábamos orando, tuve una visión en la habitación. Vi un estadio repleto de jóvenes y Dios que decía: «Te levanto con un propósito. Te levanto con una misión». Inmediatamente desperté a Liliana y le dije: «Dios me va a levantar como predicador». Ella entredormida me dijo: «Sí, pero acuéstate porque es tarde». Supongo que habrá pensado que deliraba.

De pronto empezaron a ocurrir eventos encadenados, conexiones divinas, y en poco tiempo estaba predicando a miles y miles. Cuando me paré en la plataforma del estadio, frente a toda esa gente, tracé mi línea de puntos hacia atrás y supe que lo que me había llevado hasta allí había sido aquella vez que alguien me dijo: «Eres un ladrón». Dios había transformado mi valle de lágrimas en un manantial, en una fuente para bendecir a miles.

El valle de muerte
«La mano del SEÑOR vino sobre mí, y su Espíritu me llevó y me colocó en medio de un valle que estaba lleno de huesos» (Ezequiel 37.1).

Hay otro valle donde Dios mismo te lleva. No es un desierto donde te llevó la vida cotidiana. No es un valle ocasionado por una enfermedad, por una muerte. Es un valle, un desierto, al que Dios te lleva por un propósito definido.
Cuando Dios quiere te coloca en medio de un valle de muerte, como lo hizo con Ezequiel. Pero había un propósito. Allí no vas porque te equivocaste, porque hiciste algo malo, sino porque Dios quiere contaminar de vida donde hay muerte.

Cuando me invitaron a pastorear la iglesia hispana de la Catedral de Cristal, me vi en medio de una congregación de la que todo el mundo decía: «Es una iglesia muerta, el avivamiento en California ocurrió hace cien años, ya no existe». En mi interior le preguntaba al Señor:

«¿Por qué llegué hasta acá?». Su respuesta fue: «No llegaste, yo te puse ahí porque llevaré vida, “mi vida”, a ese lugar», y en poco tiempo nos transformamos en miles hasta llegar a ser la iglesia hispana de mayor crecimiento en Estados Unidos.
Nunca maldigas la empresa donde trabajas. Dios te puso en medio de huesos secos, que no tienen vida, con un propósito. En determinado momento Ezequiel dijo: «Me hizo pasearme entre ellos, y pude observar que había muchísimos huesos en el valle, huesos que estaban completamente secos. Y me dijo: “Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?”. Y yo le contesté: “SEÑOR omnipotente, tú lo sabes”» (vv. 2–3).

No eran cadáveres, eran huesos, y Dios le preguntó si él creía que esos huesos podían vivir. La respuesta del profeta determinaría qué iba a ocurrir después.

Es por eso que creo necesario hacerte la misma pregunta. Cuando miras tu matrimonio deshecho, cuando dices que ya no hay más solución, el Espíritu Santo me anima a que te pregunte: «¿Crees que tu matrimonio puede revivir?».
Cuando declaras: «Estoy totalmente endeudado, no tengo más salida, nunca podré salir de mi deuda» tengo que preguntarte: «¿Crees que tus finanzas muertas pueden vivir?». Es la pregunta que Dios te hace siempre: «¿Crees que puedes ser sano? Entonces, sé sano».

Dios le dijo a Ezequiel: «Profetiza sobre estos huesos, y diles: “¡Huesos secos, escuchen la palabra del SEÑOR! Así dice el SEÑOR omnipotente a estos huesos: ‘Yo les daré aliento de vida, y ustedes volverán a vivir. Les pondré tendones, haré que les salga carne, y los cubriré de piel; les daré aliento de vida, y así revivirán. Entonces sabrán que yo soy el SEÑOR’» (vv. 4–6).

Dios podía haberlo hecho él mismo, pero le dijo a su siervo que profetizara. Anímate a profetizar sobre los huesos secos que rodean tu vida. Mientras Ezequiel hacía lo que Dios le dijo, se escuchó un ruido que sacudió la tierra, y los huesos comenzaron a unirse entre sí. Aparecieron tendones, y les salía carne y se recubrían de piel, ¡pero no tenían vida!

Entonces el Señor dijo: «“Profetiza, hijo de hombre; conjura al aliento de vida y dile: ‘Esto ordena el SEÑOR omnipotente: Ven de los cuatro vientos, y dales vida a estos huesos muertos para que revivan’”. Yo profeticé, tal como el SEÑOR me lo había ordenado, y el aliento de vida entró en ellos; entonces los huesos revivieron y se pusieron de pie. ¡Era un ejército numeroso!» (vv. 9–10).

¿Has dejado morir el sueño que Dios te ha dado? ¿Lo has enterrado y tienes un sepulcro en lugar de una visión? ¿Tu matrimonio ya no tiene vida? Dios te dice que te llevó a esa crisis, a ese valle de huesos secos, que seguirán secos hasta que te pares en medio de la muerte y profetices mirando los documentos que no puedes pagar o la carta del banco que te quiere quitar la casa. Ve a la puerta de la compañía que va a cerrar y profetiza que las puertas se abrirán solo porque tú estás allí.

Campeones Dante Gebel



Todo o nada. El pugilista sube al cuadrilátero sabiendo que podría ser su última pelea. Se juega mucho más que el cinturón, que ahora es apenas un símbolo de su consagración como campeón del mundo.


Se juega la reputación, su vida, el futuro. Sabe que tiene que subir a pegar, y volver a pegar.

No puede escatimar esfuerzos a la hora de golpear. Es que, por si no lo sabían, el campeón no está jugando. Un knock out (K.O) en este momento de su carrera, lo dejaría mucho más abajo que en la lona. Lo empujaría al olvido. Faltan veinte segundos para que suene la campana. El boxeador está en su punto sin retorno. No puede perder.
El goleador respira. Una multitud grita desaforadamente entre vítores e insultos. El jugador está quieto frente al agazapado arquero. Faltan veinte segundos para patear el penal. En otro momento podría errarlo y sólo sería una anécdota del Fútbol amateur, pero ahora no juega con esa posibilidad. No cuenta con ese lujo. Juega en primera división y en un mundial. No puede fallar, no se puede equivocar, no hay margen de error en las ligas mayores. Los cien mil espectadores parecieran moverse en cámara lenta. El no está jugando un partido.

Esto ya no es un deporte donde lo importante era competir. Se juega un contrato Europeo millonario. Su pase al futuro asegurado. No puede patear mal. Es todo o nada. Lo difícil no es llegar, sino mantenerse. Si el boxeador cae, se levantará de la lona, pero no del prestigio. Si el jugador no convierte el gol, maldecirá sobre el césped, pero alguien más romperá un contrato sin firmar.
"Quisimos jugar en las ligas mayores, y hoy, estamos saliendo en gran parte de Latinoamérica. Eso nos produce un profundo respeto por los miles de lectores y por saber si estamos dando lo mejor. "









Salvando las distancias, es la misma presión que sentimos al publicar cada número de nuestra revista. Hace un año comenzamos con el sueño de convertirnos en una alternativa potable para la juventud. Trabajamos duro para lograr una edición única cada vez. Ponemos todo para el mejor público que nos espera ansiosos.

Y unos minutos antes que la revista salga de imprenta, sentimos lo del boxeador. O los segundos previos al penal. A diferencia de los dos ejemplos, no estamos cuidando nuestro prestigio o un contrato millonario, sino algo mucho más importante: la responsabilidad y el compromiso ante Dios de dar lo mejor.

Quisimos jugar en las ligas mayores, y hoy, estamos saliendo en gran parte de Latinoamérica. Eso nos produce un profundo respeto por los miles de lectores y por saber si estamos dando lo mejor. Cuidamos el diseño, las fotos, los informes y cada nota.

No hay una sola frase al azar. No ponemos rellenos o notas de color. Cada página tiene que tener algo para decir, en lugar de solo decir algo. Seleccionamos sólo lo mejor y escribimos cada nota como nos hubiese gustado que nos hablaran a nosotros.

Salimos a la calle, como si fuese el último número. Donde hay que ponerlo todo. Cada edición es premium, cada número tiene que ser de lujo. El equipo trabaja como si se jugaran un título. Durante más de un mes, están investigando, viendo lo que pega, consiguiendo información, seleccionando los mejores libros, para que a la hora de salir de imprenta, sepamos que lo dimos todo. No sabemos si lo estamos logrando, pero de igual manera, no podemos caer en la lona o errar el penal.

Esto, es un mundial, y ya dejó de ser un deporte. Es una guerra contra el enemigo, y no una simple lucha de novatos. Gracias, estimado Zelote, por ser un fiel lector y por el incondicional apoyo en cada número. Gracias por la amistad y la confianza. Por las críticas y los halagos. Esta, más que nunca, es una revista para campeones, para los verdaderos campeones de lo eterno. Ah...olvidé decirte que sólo faltan veinte segundos para comenzar a leerla. Que disfrutes el gol.

Almohada de Piedras Dante Gebel


Quiero que por unos instantes te detengas a observar a Jacob. Su juventud no fue del todo apacible, y a medida que se fue transformando en adulto, sus crisis se hicieron más agudas.


El capítulo 28 del libro de Génesis nos ubica en el cuadro: Jacob está viviendo una situación límite. Se encuentra solitario, triste y deprimido; no es para menos, su hermano lo persigue para matarlo y tarde o temprano él sabe que lo alcanzará.

Hasta este punto, yo no hubiese incluido a Jacob en la Biblia; al fin y al cabo él es un estafador y acaba de engañar a su propio padre haciéndose pasar por su hermano para quedarse con la primogenitura. Pero Dios lo lleva a una situación límite para darle una visión.

«Y llegó a un cierto lugar, y durmió allí, porque ya el sol se había puesto; y tomó de las piedras de aquel paraje y puso a su cabecera, y se acostó en aquel lugar» (Génesis 28.11).

Jacob no tenía un colchón confortable para pasar la noche, solamente una rústica almohada de piedra. Allí recostó su cabeza, y en este sitio Dios le habló de su futuro: «Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente» (Génesis 28.14).
"Y llegó a un cierto lugar, y durmió allí, porque ya el sol se había puesto; y tomó de las piedras de aquel paraje y puso a su cabecera, y se acostó en aquel lugar - Génesis 28.
La Biblia narra que Jacob tiene también una visión estremecedora: una escalera que iba desde la superficie terrestre hacia los cielos; Dios en un extremo y ángeles subiendo y bajando por ella. Pero lo más sorprendente es lo que nuestro hombre hizo luego de que la visión acabó: «Y se levantó Jacob de mañana, y tomó la piedra que había puesto de cabecera, y la alzo por señal, y derramó aceite encima de ella» (Génesis 28.18).

Derramó aceite sobre la piedra. Bendijo su rústica almohada de granito. Jacob pudo haber interpelado a Jehová por la mañana y haberle dicho: Está bien.

Convengamos en que realmente creo que vas a darme todo lo que me dijiste en la visión de anoche; pero olvidaste ver mi presente: desperté en la misma piedra en la que me recosté anoche; pudiste haber hecho el milagro de darme una almohada más cómoda… digamos, como adelanto de la visión.

¿Te suena ridículo? Sin embargo nosotros actuamos de esta forma: «Señor, si realmente tengo un ministerio con las multitudes, ¿por qué sigo siendo el encargado de la limpieza del templo?» «Si anoche la palabra profética fue cierta, ¿por qué hoy sigo sintiéndome como si nada hubiese cambiado?»

Queremos un adelanto para poder creer, aunque se trate de una almohada. Nos cuesta comprender que ayer Dios nos prometió algo grande y hoy seguimos fabricando muebles en nuestra carpintería privada.

A Dios ¿Lo Mueve la Necesidad o la Fe? Dante Gebel



Es inútil que cuando trates de orar, te duelan las rodillas, o le digas que ya no soportas más, o que no mereces vivir esta situación o que llores hasta que no te queden lágrimas.


A Dios lo mueve tu fe.

La nave de los discípulos parece que va a darse vuelta como una frágil cáscara de nuez. Las olas sobrepasan el barco y el mar se ve más enfurecido que de costumbre. Los hombres tienen pánico, pero Jesús descansa plácidamente en el camarote.

Uno de ellos, se harta de esperar que el Maestro deje de roncar. Y lo despierta de un sacudón.

-Maestro! No ves que perecemos? No te da un poco de lástima que nos estamos por ahogar? Cómo se te ocurre dormir a bordo del Titanic? No podrías tener un poco de consideración con tus apóstoles?

Será mejor que los discípulos sepan, desde ya, que este día no figurará en ningún cuadro de honor. Esta no será el tipo de historia con las que futuros evangelistas armarán sus mensajes. Si querían aparecer retratados en la historia grande de los valientes de la fe, tengo que comunicarles que han errado el camino. De este modo, no se llega a Dios.

No conmoverán al Maestro con un sacudón y gritos desaforados. La histeria no enorgullece al Señor. Puedo asegurarles que Pedro, Juan y otros tantos querrán olvidarse de este episodio, y jamás le mencionarán a sus nietos que esto ocurrió alguna vez.
"No hay razón que movilice la mano de Dios como lo es la fe"


Pese a lo que hayas creído todos estos años, la necesidad, insisto, no mueve la mano de Dios.

El Señor se levanta un tanto molesto. Este es su único momento para descansar en su atareada vida ministerial. Y estos mismos hombres que presenciaron como resucitó muertos y sanó enfermos, lo despiertan de un descanso reparador, por una simple tormenta en el mar. Se restriega los ojos, mientras trata de calmar a quien lo acaba de despertar de un buen sueño profundo.

-No tengan miedo –dice, mientras bosteza.

El Señor sale del camarote y ordena a los vientos que enmudezcan. Y al mar que se calme.

Hombres de poca fe –dice, antes de regresar a la cama.

Uy.

Eso si que sonó feo.

No quisiera irme a dormir con esas últimas palabras del Señor acerca de mi persona.

Pensaron que les daría unas palabras de aliento. O que les diría que la próxima vez no esperen tanto para despertarlo. Quizá que mencionaría que para el próximo viaje, se aseguren una mejor embarcación, o que chequeen si hay suficientes botes salvavidas. Pero sólo les dijo que fallaron en la fe.

Alguno de ellos, cualquiera, debió haberse parado en la proa y decir:

-Viento! Mar! Enmudezcan en el nombre del Señor que está durmiendo y que necesita descansar!

Esa sí hubiese sido una buena historia. Los evangelistas hubiésemos aprovechado ese final para nuestros mejores sermones.

Es que, sólo la fe es la que mueve la mano de Dios.


Dante Gebel
Adaptado de “Las arenas del alma” (Editorial Vida)

Un Mal Día Dante Gebel

Su esposa se lo había dicho antes de salir de casa. Ese no iba a ser un buen día. Era un extraño presentimiento que le rondaba por la cabe...