Reemplazan militar y políticamente a la decadente presencia del imperio colonial francés en Vietnam.
Entre ellos hay padres de familia con sueños propios, con metas a largo
plazo. También están los más jóvenes. Algunos con novias, a punto de
casarse. Otros con grandes proyectos de estudios. Y los que no tienen a
nadie, excepto este grupo de camaradas que van a la guerra.
Quizá, algún día soñaron con formar parte de este ejército, a lo mejor,
porque no pertenecían a ningún otro lugar. Pero se les nota, muy en el
fondo de la mirada, que aún son demasiado niños, aunque vistan un
impecable uniforme militar.
Como sea, todos tienen muchas cosas en común. Sueños de libertad. Deseo
de pertenecer. Sed de una buena batalla, aunque suene desconocida y
esté demasiado cerca. No son guerreros de alma, son apenas una rara
mezcla de hombres jóvenes, que no conocían la guerra, y unos pocos
mayores con cicatrices y galardones de combate.
Pero en definitiva, son hombres.Y aguardan, formados en el imponente hangar aéreo, alguna motivación
que les de un empujón hacia la batalla.
En realidad es un duelo personal y sangriento entre estrategas del arte de la guerra.
Ahora el teniente coronel Hal Moore tiene que dar un discurso a sus
soldados y sus familias en la víspera de su entrada en combate.
Entre ellos, escuchando a su marido, se encuentra la mujer de Moore,
Julie, quien lo había visto levantado hasta altas horas estudiando
libros de historia sobre masacres diversas, planeando una estrategia más
segura para sus hombres, el Primer Batallón del Séptimo de Caballería,
el mismo regimiento que comandó el general George Armstrong Custer.
El siguiente domingo, el teniente coronel Hal Moore y sus jóvenes
soldados tomarán tierra en la Zona de Aterrizaje X-Ray, en el valle Ia
Drang, una región de Vietnam conocida como el Valle de la Muerte.
Por eso el Coronel sabe que no será una tarea sencilla.
Moore observa a su tropa detenidamente. Y luego, lanza el desafío, y las únicas dos promesas que les podrá hacer.
-Esta no será una batalla fácil, acaso ninguna lo sea.
Pero sólo puedo prometerle dos cosas. La primera: Seré el primero en
avanzar y el último en retirarme del campo de batalla. Y la segundo, les
doy mi palabra de honor, que todos, vivos o muertos, regresarán a casa.
Otra historia similar. Israel, unos 1.010 años antes de Cristo.Otro
pelotón, otra tropa, pero con el mismo común denominador. Sed de nuevas
batallas. Otra vez, el recurrente cuadro. Jovencitos, padres de familia,
una decena de hombres de combate, cientos de novatos.
Y otro Teniente Coronel.
Este hombre tiene mil batallas y estrategias de guerra en su haber.
Debe capturar Jerusalén de los Jebuseos y hacerla su capital.
El sabe que su fuerte liderazgo atrae a los jóvenes valientes y les
inspira lealtad intensa, lo cual no es poco para comenzar. Pero hay una
sustancial diferencia con la historia americana. Esta vez, los soldados
no esperan un discurso. Ellos son quienes van a hablar.
Un delegado, se cuadra delante del batallón, toma la palabra y levanta
su voz, para que se escuche en todo el inmenso y desértico Hebrón.-Aquí
estamos, somos tu ejército. Carne de tu carne y hueso de tus huesos. Tus
victorias son las nuestras y también tus derrotas. Aún cuando teníamos
otro Jefe de las fuerzas armadas, eras tú quien nos sacabas a la guerra y
nos volvías a traer. Como sea, siempre nos has traído de
regreso a casa.
Las dos crónicas pertenecen a historias reales. La primera fue llevada a
la pantalla grande de la mano del laureado director Randall Wallace e
interpretada por Mel Gibson, en la famosa "We were soldiers" (Fuimos
soldados).
La segunda está descrita en el capítulo 5 del segundo libro de Samuel,
en el momento exacto que David es proclamado Rey de Israel, y en las
horas previas a la toma de la fortaleza de Sión.
En ambas historias, aparecen los mismos muchachos que en cuestión de
horas, sentirán el fragor de la batalla. Y coincidentemente, tendrán las
mismas consignas. La lealtad de un ejército no se consigue peleando
como una suerte de reconcentrado estratega que no se mueve de su bunker
subterráneo y que como un lúcido e inescrupuloso jugador de ajedrez
experimenta con sus hombres el poder real su enemigo. La lealtad,
caballeros, se logra "siendo el primero en avanzar y el último en
retirarse del campo de batalla".
Como lo prometiera el Coronel Moore. O como lo hiciera, tantas veces, el
mismo David. Inclusive, a éste último, más de una vez sus generales
tuvieron que advertirle que no se expusiera demasiado. "Si te matan,
David, apagarás la lámpara de Israel; déjanos pelear a nosotros".
Es que no se comanda a una tropa desde el inerte escritorio de una oficina, o dibujando cronogramas en un pizarrón.
Por otra parte, es determinante, traer a la tropa de regreso a casa. La
historia ha atestiguado de aquellos estadistas desalmados que han
empujado a una nación a la guerra, con consecuencias trágicas. No
traerlos de regreso, significa enviarlos a un suicidio en masa. Sin
estrategia, sin coartadas, con armas arcaicas, sin un plan alternativo.
Quizá por eso, me fascinan ambas historias. Por sus consignas. Porque un
ejército cuyo Comandante no los abandonará y los traerá de vuelta, es
un batallón que traerá victorias a la bandera. Inclusive, más allá de
los resultados. Porque las verdaderas batallas, no se miden por las
tierras conquistadas, o las bajas enemigas. Sino por el valor de sus
hombres.
Y tal vez por esa misma razón, escribo esta nota.
A través de estos años, la vida me ha topado con muchos líderes
juveniles. Gente con sueños de multitudes, sedientos de victorias, con
hambre de pelear contra una religión organizada que tanto daño le ha
hecho a la creatividad Divina. Todos, sin excepción, con intenciones
loables.
Pero he visto a muy pocos, con el código de honor del Coronel Moore o el
Rey David. Y es gratificante saber que algunos, aunque muy pocos,
cuentan con ese código militar divino.
Cada vez que el Señor me permite alistar a una nueva generación para la
batalla, observo los mismos rostros de siempre. Muchachos a los que la
vida no les ofreció la gran oportunidad de servir en una causa noble.
Algunos con pocas o casi ninguna batalla significativa en su haber.
Padres de familia, estudiantes, indoctos y profesionales. La mayoría,
son apenas aquel grupo de "menesterosos, endeudados y marginados" que
alguna vez encontraron en David a alguien que les devolviera su dignidad
y los comprometiera con una causa.
Los soldados han esperado durante varias generaciones en respetuoso
silencio. Obsérvalos con detenimiento. No parecen entrenados, no suenan
confiables. Pero tienen lealtad, lo cual no es poco para causar una revolución militar.
Los jóvenes sólo esperan a Coroneles que no los envíen a la guerra con
un simple plano de donde deben desembarcar. Están hartos de aquellos
líderes que les dicen cómo pelear las mil batallas de la vida, desde el
mullido sillón de una oficina. No los alentará oír otro sermón de cómo
ganar. No los atraerá que sólo se les enseñe a pelear y plantar bandera.
Ellos necesitan un nuevo discurso. Alguien que les ofrezca el mismo código de honor de rey David o el Coronel Moore.
- Seremos los primeros en avanzar y los últimos en retirarnos del campo de batalla. Y todos, regresarán a casa.
Son pocos los que tienen el deseo vivo de salir a ganar a una generación
junto a ellos. Reconozco esa llama sagrada. No abundan aquellos que no
se han contaminado con el sistema apático y religioso, ni están detrás
de un reconocimiento humano.
Son contados, aquellos que nos animamos a correr el riesgo de colocar el
primer pié en territorio enemigo, con todo el precio de la crítica que
eso conlleva. Orillando en la delgada línea de ser pionero y casi un
mártir, por atreverse a caminar una milla extra.
Y también son muy pocos, aquellos que desean formar al ejército,
brindarle el mayor arsenal posible, para que no queden tendidos en la
arena de la batalla, sino que puedan estar de regreso. Para otras nuevas
batallas.
Sin subestimar a nadie, recuerdo un viejo proverbio árabe que rezaba:
"Un ejército de ovejas comandado por un león derrotaría a un ejército de
leones comandado por una oveja". Y se que en el Reino, hay muchos de
esos potenciales leones, que puede transformar a un grupo de proscriptos
a los que la vida dejó fuera de las grandes ligas, en valientes
estrategas de guerra.
Me gusta cuando el ejército es quien decide los honores. Me fascina y
llena mi corazón cuando el reconocimiento nace fuera del oficialismo
religioso, y luego, a las grandes comisiones, solo les restará reconocer
lo que el pueblo ya ha otorgado por mérito.
Debo confesar que soy adepto a que sea la prensa, los inconversos, o los
mismos jóvenes quienes un día, en un contemporáneo monte de Hebrón,
reconozcan a quienes los conducen a la guerra.
Es que los diplomas nunca enviaron a nadie a la batalla, necesariamente.
Esto recién comienza, pero hay un grupo de hombres, allá afuera, que
reconoce a estos líderes jóvenes como aquellos que los han comprometido
con una causa noble y por la que vale la pena pelear.
Y ahora, echa un último vistazo a la tropa. Como dije, algunos parecen
niños. La mayoría son novatos, y muy pocos tienen experiencia de guerra.
Pero poseen un denominador común. Un adjetivo que los hace, en algún
punto, exactamente iguales.Tienen una consigna de honor.
SOBRE EL AUTOR Dante Gebel, es un pastor cristiano evangélico perteneciente a las Asambleas de Dios, productor, escritor, actor, caricaturista y conductor de radio y televisión.
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